Redacción. Con el corazón desgarrado y la voz quebrada por el dolor, doña Lidia Garay Gutiérrez, madre de Misael y Leodan Rodríguez Garay, suplicó ayuda al Gobierno de Honduras para repatriar los cuerpos de sus dos hijos, quienes murieron en circunstancias aún no esclarecidas en Minnesota, Estados Unidos.

Entre lágrimas, esta madre valiente contó que sus hijos, quienes llevaban más de diez y seis años en suelo estadounidense, se habían marchado siendo casi unos niños, buscando un futuro mejor para ella, madre soltera y de escasos recursos en El Negrito, Yoro.

“Yo luché sola para criarlos. Ellos se fueron para ayudarme… para que no me faltara el pan en la mesa”, expresó doña Lidia con la voz entrecortada.

La noticia de la muerte llegó de forma fría y dolorosa. Solo le informaron que sus hijos habían sido encontrados morados, tendidos en el suelo, junto a los sofás de su vivienda. Hasta el momento, las autoridades no han confirmado si se trató de un hecho criminal o de otra tragedia.

“Es duro no saber cómo murieron. Solo me dicen que estaban morados… Yo espero que me den respuestas, porque no puedo dormir pensando en ellos”, relató doña Lidia, quien mantiene la esperanza de recibir pronto el informe oficial tras la autopsia.

Sus hijos, trabajadores incansables, rentaban una pequeña habitación y laboraban en un buque. Se alejaban de problemas, soñando con algún día regresar a Honduras a abrazar a su madre y construirle una casita digna. Pero sus sueños se apagaron antes de tiempo.

Hoy, esta madre solo pide algo sencillo pero lleno de amor: traer de vuelta a sus muchachos para darles el último adiós en su tierra natal. «No tengo dinero… por eso suplico ayuda. Quiero verlos descansar en paz aquí, conmigo», pidió entre sollozos.

La Cancillería de Honduras ya fue notificada del caso y se espera que en los próximos días se inicie el proceso de repatriación de los cuerpos de Misael y Leodan, dos jóvenes que partieron con esperanza en el corazón y cuyo último viaje será de regreso a casa, donde siempre pertenecieron.

Mientras tanto, en el barrio Jocomico, la casa de doña Lidia permanece en silencio, solo roto por sus oraciones y el profundo anhelo de volver a ver a sus hijos, aunque sea para despedirse.